Sobre serendipias y chiripas

Consello da Cultura Galega

Congreso: A Habana galega no V centenario da fundación da cidade

Noviembre, 2019

En el congreso sobre La Habana Gallega que celebramos en el Consello da Cultura los 7 y 8 de noviembre pasado (2019), participé con una breve ponencia en la mesa que abordó la presencia de Cuba en la literatura gallega con Rosa Aneiros, Xavier Agrafoxo, Xavier Alcalá y Ramón Nicolás como presentador y moderador. Entonces hablé de los hilos azarosos (o no) que tejen una relación antigua y honda entre ambas tierras y pueblos, contando mis propias vivencias como ejemplo.

Entonces, propuse una hipótesis absurda: Todo es culpa de una SERENDIPIA…

«Traje de Cuba muchos recuerdos y pocos objetos que fueron permaneciendo en mi imaginación como llaves que abrían las puertas del alma y tendían puentes para llegar a comprender el corazón partido que caracteriza a quienes emigramos desde mediados del siglo XIX a tierras americanas, de las que la gran mayoría nunca regresó, incorporándose a una ciudadanía diferente.

Ese corazón partido se ha convertido, pasado el tiempo, en un corazón multiplicado porque floreció el mestizaje, el intercambio intenso y fructífero que las gallegas y gallegos consiguieron con los pueblos a donde fueron en búsqueda de futuro, y permanecieron para confundirse con el paisaje y el paisanaje.

Esos recuerdos dieron pie a una novela que terminé de escribir hace, exactamente, un año. Se llama #SÁNDALO y en ella recurro a la ficción para contar hechos reales (en la mayor parte de los casos) y ficcionar otros a mi conveniencia para ensartar los muchos puntos de encuentro que veo entre mis dos patrias: Cuba y Galicia.

Quien quiera saber de esos recuerdos, siempre puede leer la novela si tiene la paciencia y el tiempo precisos, o puede invitarme a a una tarde de café y conversación, donde irán saliendo en un ordenado desorden, semejante al que traza el relato narrado. Entonces, dejo los recuerdos para la literatura y aprovecharé este foro para formular una absurda hipótesis que se basa en la azarosa casualidad que se torna en causalidad cuando la describo con la memoria deformante de la que hablaba Cunqueiro, contemporáneo de Carpentier y aficionado, como él, a ver maravillas en la realidad o a convertirlas de forma forzosa en algo más semejante a la ilusión que a la verdad.

Quiero hablarles, amigas y amigos, de la chiripa.

Esa palabra cubana que resulta hija de la serendipia, o lo que es lo mismo, hallazgos o descubrimientos afortunados e inesperados; a veces accidentes, casualidades y coincidencias. Chiripa y serendipia son palabras mágicas que nos permiten entrar en el mundo de las experiencias inesperadas, y tal vez, deseadas. Precisamente, aquellas situaciones inesperadas que pueden hacer que nuestra vida cambie súbitamente y por completo. O aquellos pensamientos que simultáneamente asaltan a investigadores que buscan un descubrimiento científico, o relatos de ficción que se les ocurren por igual a autores residentes en las antípodas… o esa llegada casual que ahora podemos tener a algo que no buscábamos, pero que nos resultó de inmensa fortuna, navegando por internet. “Lo que no se espera te cambia la vida”, ya se dijo. El diccionario de la RAE acogió el término serendipia en su 23ª edición y lo define como hallazgo valioso que acontece de forma accidental o casual.

Traje de Cuba muy pocos objetos, como ya dije, pero no les di el valor de serendipia que tenían hasta esta altura de mi vida, cuando sentí que era llegado el tiempo de ordenar mi memoria remota para no resultar una vieja perdida en una infancia que no hubiera intentado recuperar. A medida que envejecemos volvemos más la niñez y queremos recuperar aromas, sensaciones, imágenes y experiencias que configuraron nuestra personalidad en las etapas más tempranas de nuestra vida.

Con este punto de partida nació la idea de escribir Sándalo. Fue en una tarde de primavera, regresando de mi estancia en Argentina donde viví entre 2007 y 2009. Al entrar en mi casa de Vigo reconocí en el estante de una librería una caja de color negro de madera de sándalo, tallada delicadamente, que había venido de Cuba en una maleta. Me fui hacia ella, la abrí y el perfume de la madera del árbol sagrado llegó a la pituitaria, al hipotálamo… y segregó un mandato del que no pude escapar hasta que lo cumplí.

En Argentina había vivido una experiencia inolvidable de comunidad y comprensión de las historias de la emigración. Allí entendí que yo era una de ellos. Que mi historia personal era el capítulo de una historia colectiva, pero nunca antes había reparado en ello. Fue escuchando a tantas mujeres y hombres el relato de la pérdida de una parte de su vida o de sus antepasados, cuando la mía se me hizo evidente, y cuando aquella etapa terminó, la caja de sándalo me avisó de que ya podía mirar hacia atrás sin miedo a traumas o sufrimiento, porque no estaba sola.

Lo curioso es que en ese año de 2009 preparé un guión de lo que pensaba que debía escribir: la historia de una saga de emigrantes y su coincidencia con tiempos históricos relevantes para mi manera de entender la “Historia” -con mayúsculas- de quienes tuvimos alguna vez el corazón partido por tener dos patrias.

Los papeles en los que se dibujaban los personajes y los tiempos se perdieron en una nueva mudanza que tuve que hacer a Madrid, y muchas veces intenté encontrarlos sin éxito. Años después, una casualidad quiso que los encontrase en otro lugar mágico, el otro objeto amado que vino conmigo desde Cuba: una edición de La Edad de Oro, de José Martí, encuadernada amorosamente con hermosas ilustraciones, donde figura en la primera página un texto con mi nombre, y debajo: “Primer premio del concurso de composición. 1963. Instituto Reinel Páez. La Habana. Cuba”.

Había guardado las notas dentro de una obra que marcó mi formación de manera indeleble y que estuve buscando, hasta encontrarla, semi oculta entre un montón de libros de temática cubana que vengo coleccionando desde hace años. Lo curioso es que lo buscaba porque en octubre de 2019 se cumplirían 130 años desde su aparición. En aquel momento, me movía el interés por revisar la publicación de la precursora revista infanto-juvenil, por ver de hacer una reedición comentada y traducida con tal motivo. El azar quiso llevarme por un camino diferente para llegar al mismo destino: escribir sobre la relación profunda que tengo con Cuba.

El proyecto de La Edad de Oro está en marcha y no sé si lo veremos culminado el año próximo, pero, mientras tanto, cosas veredes, el olor a Sándalo y la magia de un libro con hojas que se deshacen como harina por el paso de los años, disparó una pulsión narrativa que fue, sobre todo terapéutica.

Para que no me quedasen dudas de la conspiración que el destino cernía sobre mí, ese mismo año me coincidió encontrarme con un querido amigo, Anxo Tarrío, recuperado de una seria dolencia, que me recordó un consejo que me había dado al poco tiempo de conocernos, siendo jóvenes y formando parte del equipo que creó los Premios de la Crítica en 1978. Yo hablaba tanto de Cuba, en aquel entonces, que me retó a escribir mi experiencia como niña emigrante. En este reencuentro lo recordamos mientras compartíamos una comida en noviembre de 2017 y la novela se escribió y fue entregada en noviembre de 2018. Y en noviembre de 2019 estamos aquí, hablando de esto, así como quien no quiere la cosa, por casualidad.

O porque sí. Porque tiene que ser.

Entonces, con vuestra licencia, voy a compartir algunos recuerdos que no forman parte de la novela pero que marcan coincidencias bien simpáticas, o al menos, curiosas.

Siendo yo una niña de cinco años comencé a ir a la escuela en La Habana. Mi madre ya me había enseñado a leer y a hacer garabatos que querían ser letras, pero la primera vez que pisé una aula, me quedó grabada para siempre. Fue en el Colegio Instituto América Arias, en La Calzada del Cerro, una zona de La Habana que durante el siglo XIX y primeras décadas del XX recibió a muchos inmigrantes de origen gallego. La persona que le daba nombre al Instituto, América Arias, fue una enfermera que pasó a la historia como patriota por participar en las guerras de independencia, donde llegó a alcanzar el grado de capitana del Ejército Libertador. Había nacido en Sancti Spíritus mediado el siglo XIX y murió en La Habana en 1935. López se casó con un combatiente que llegaría a Comandante luchando contra el Ejército español. Ella destacó como confidente de los mambises, atendiendo a los heridos y cuidando de sus familias. Su marido llegó a ser presidente de La Cuba independiente en 1905 y su figura es recordada con afecto por el pueblo cubano. De hecho, América Arias se llama uno de los mejores hospitales obstétricos de Cuba. Poco antes de ella morir, a fines de la década de los 20, nace en La Habana una revista fundada y editada por mujeres, a iniciativa de Clara Moreda Luis, que se llamó América como homenaje a América Arias que fue su directora de honor, anticipándose a la eclosión de revistas femeninas que fueron apareciendo posteriormente.

Dirán ustedes que a qué viene reparar en esta mujer.

Yo pienso que ella representa muy bien la huella que la ética del nacionalismo cubano dejó en mí, y me sirve como referencia inicial de una serie de personajes y hechos históricos cubanos que se replican, como en un espejo, con otros de Galicia. La vida de América Arias se nos contaba en el colegio y se nos ponía como ejemplo al alumnado. Así que fue una mujer la primera referencia que tengo de alguien que sirvió a su patria y a su pueblo. Curiosamente, combatiendo a mi patria y a mi pueblo, que en la Historia de Cuba, estaban en el bando contrario, en el oprobioso, en el que nutría las filas del ejército y que, mucho más remotamente, tomó parte en la conquista y colonización de las tierras del nuevo mundo del que Cuba fue, durante cuatro siglos, la joya de la Corona, y nunca mejor dicho.

Al mismo tiempo que medraba en mí la admiración por una capitana del ejército mambí, crecía también el conflicto por sentirme parte de quienes quemaron en una hoguera inquisitorial al caudillo taíno, Hatuey, durante los primeros años de la conquista. La imagen de un hombre de piel oscura y rostro de trazos finos, con el cabello atado en la coronilla desde donde se deslizaba lacio, hasta los hombros, atado a un palo encima de una pira y rechazando besar el crucifijo que un fraile le ofrecía, quedó también grabada en mi memoria para siempre. Hatuey era un cacique que se resistió a aceptar la conversión al catolicismo que Fray Bartolomé de las Casas le exigía como parte de la aceptación del poder imperial. Iglesia e imperio iban de la mano y la excusa de la evangelización de pueblos “paganos” ha seguido vigente desde los primeros tiempos de la conquista. La pequeña que yo era veía como muchas compañeras de clase se giraban hacia mi para burlarse haciéndome partícipe de las tropelías que contaba el libro de Historia. Al fin y el cabo, yo, la gallega, era uno de ellos… Imaginen lo que era llegar a casa, aferrarse a las piernas de la madre, y preguntarle entre lágrimas si verdaderamente éramos unas asesinas como las que el libro describía.

Supongo que este dilema no se me presentó solamente a mi, si bien, mi familia y yo participamos de aquellas últimas oleadas que llegaron a Cuba a mediados de los años 50.

Llegamos el 17 de octubre de 1956.

Partimos del muelle de Vigo un 3 de octubre en un barco que poco después alcanzó una gran fama, el Santa María, transatlántico portugués gemelo de otro llamado Veracruz. El Santa María fue secuestrado por el comandante Galvâo en 1961, con el gallego José Velo como autor intelectual de una hazaña que alcanzó resonancia internacional y supuso el comienzo de la lucha contra el colonialismo portugués en Angola (también participó Xosé Fernández Vázquez –alias Jorge de Soutomaior). Santa María era el nombre de la nave capitana de la expedición colombina que había tocado tierra cubana también un mes de octubre, como yo, pero diez días después (no vamos a discutir por tan pequeña diferencia…). Lo cierto es que hicimos el viaje de ida para Cuba en un barco que también tenía el mismo nombre de la carabela que dirigió la expedición de Cristóbal Colón, a quienes acompañaban, casualmente, dos capitán gallegos de Baiona, los hermanos Pinzón que iban al frente de las otras dos carabelas: La Pinta y La Niña.

Cuando el secuestro del transatlántico que antes comenté, es decir, en enero de 1961, en Cuba estaba comenzando uno de los sucesos más trascendentales de la historia de la humanidad en el siglo XX. El presidente norteamericano Eisenhower, casi en el final de su mandato, planeaba una invasión a Cuba que quería concretar antes del 18 de enero de aquel año, fecha en la que tomaría posesión de la presidencia su sucesor John F. Kennedy, a fin de que tuviera que afrontar hechos consumados. Ya en ese mes de enero Cuba y EEUU rompieron relaciones diplomáticas y en abril del mismo año se consumó la invasión que en el resto del mundo se conoció por el nombre del lugar donde desembarcaron los atacantes, Bahía de Cochinos, aunque en Cuba quedó fijada en la memoria colectiva por el nombre del lugar donde se produjo la victoria de las tropas cubanas: Playa Girón.

La coincidencia de sucesos históricos tan relevantes y casi simultáneos en Cuba y Galicia, tiene una correspondencia en mi familia, como ya había pasado en el caso de nuestra llegada a isla, y muy probablemente, en la de muchas otras. Vean aquí, pues, como también en 1961, un gallego de Pol, Lugo, estaba luchando contra la invasión norteamericana como artillero y miliciano.

Se llamaba Jesús Porteiro y quien les habla recuerda la ausencia del padre de la casa familiar sin motivos que aquella niña pudiera comprender, y la desesperación del resto de la familia que no sabía que se enrolara en el ejército, el pánico que tenían mi madre y un sobrino que quedó con nosotras para cuidarnos pero que tenía tanto miedo que pasó dos días escondido debajo de una cama… y sin saber que estábamos participando en un hecho histórico que pudo cambiar la historia de Cuba y, en aquel momento, de la Guerra Fría que marcó la segunda mitad del pasado siglo.

Prometo que todo lo que cuento ocurrió -tal vez- como lo digo.

Y son sólo algunas referencias de las muchas coincidencias que fui anotando de las peripecias que unían las historias de mis dos patrias, vividas en primera persona, o rescatadas de la memoria familiar desde mucho antes.

Con Sándalo ya publicada y comentada por lectores y crítica, escuché una tarde algo que no había pensado y que me puso la piel de gallina. Alguien describía la estructura de Sándalo como la propia de la técnica conocida como las «cajas chinas» que funciona a modo de Matrioshka. Una historia-caja en la que cabe otra más, y dentro de esta otra, y así sucesivamente, hasta componer una Historia de historias. Si tenemos en cuenta que mi caja de Sándalo me había sido regalada por quien yo llamo “mis tíos chinos”, tres bodegueros que vivían enfrente de mi casa de La Habana, y que me la regalaron justo antes de nuestro regreso a Galicia con la encomienda de que cuando la viera y la oliese, me acordara de ellos y de La Habana, comprenderán que otra vez la casualidad se me puso por delante y me sentí como la cáscara de una nuez llevada por el azar de un río caudaloso y caprichoso.

Para acabar, veamos otra, la más reciente, y para mí muy impactante, que ocurrió, hace un mes, precisamente el 17 de octubre pasado, tal vez en el regreso más importante que hice a Cuba, para participar en la Universidad de La Habana en una mesa redonda para conmemorar el V centenario de la ciudad. Cuando me di cuenta de la coincidencia entre esa fecha y la de la mi llegada por primera vez a Cuba, muchas décadas antes, sentí un escalofrío que aún me dura y que me motivó a hacer esta intervención abusando de una historia personal que se nutre de lo que Alejo Carpentier calificaba como lo real maravilloso: esa realidad que cuando intentas explicarla o comprenderla ofrece hilos más propios de imaginaciones desbocadas o recursos literarios tendentes la fantasía.

¿Coindicencias? Por supuesto, pero llenas de encanto y sorpresas: serendipias y chiripas en el más amplio sentido de la palabra.

(Las fotografías que adjunto son de mi caja de Sándalo y del ejemplar de LA EDAD DE ORO…)

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